“¡Empiece!” es la instrucción que da el cabo al policía y tanto él como Thor salen disparados en la dirección de los objetos. Las toallas se encuentran en el tercer, quinto y penúltimo objeto. Thor pasa los primeros dos, los olfatea vagamente y sigue rápidamente al tercero. Allí se detiene y olfatea más cuidadosamente: sin duda ha encontrado algo.
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Está lloviendo y hace mucho frío pero, contrario a lo que podría pensar, no estoy en Bogotá. Suenan muchos ladridos pero esto no es el congreso de la capital; estos perros no muerden. Estoy en la Escuela de Carabineros y Guías Caninos de la Policía Nacional en la ciudad de Facatativá y esto debería explicar el clima, además de por qué no son estos los perros que muerden. De aquí salen entrenados los mejores perros detectores de drogas, bombas e incluso los que pueden identificar aves y demás animales exóticos que han ingresado de contrabando al país.
Sale el sol. “¡Traigan al primer perro!”, grita el cabo Bohórquez, instructor desde hace varios años en la escuela, que muy amablemente me aceptó en su ejercicio de entrenamiento de búsqueda lineal de sustancias. Básicamente, el perro debía buscar en una serie objetos alineados unas toallas dobladas en forma de hueso impregnadas en “pseudos” – químicos que huelen a los diferentes tipos de droga, pero no contienen de ésta - que estaban escondidas. El objetivo de este ejercicio es simular una fila de maletas en una aduana. Aparece en la pista Thor, un pastor alemán de un año de edad muy inquieto, que parece tener en problemas al policía que lo estaba sujetando de su collar.
Siempre he sentido miedo cuando me acerco a un complejo del ejército o de la policía. Quizás en parte es porque no he solucionado mi situación militar y me siento en riesgo de terminar en un camión camino a mi reclutamiento, o tal vez por la dureza de sus funcionarios al hablar, no sé. Confirmando mis temores, cuestionaron mis intenciones sobre lo que quería escribir, ya que la opinión general tiene una percepción muy negativa sobre el entrenamiento que reciben los perros policías, especialmente los del escuadrón de narcóticos: "Les inyectan las sustancias para que las distinga", "No, no se las inyectan pero sí los vuelven adictos a ellas" o "Pobrecitos esos perritos" fueron las respuestas que recibí cuando le pregunté a algunos de mis amigos qué sabían de estos valientes agentes.
Sujetando a Thor había un policía de uniforme azul con un acento que no pude descifrar. Más adelante entendí que los alumnos del cabo eran policías salvadoreños que venían a Colombia a una capacitación, ya que aparentemente la escuela es el Harvard del entrenamiento policial de estos “caninos”. La primera instrucción que el cabo da a los instructores salvadoreños: el perro no es el que va a aprender, sino ustedes los que aprendan del perro. Y así fue, pues durante la búsqueda el perro debía ser reforzado –así llaman motivar al perro cuando hace algo bien- cada vez que diera señales de que había encontrado algo y, en la mayoría de las situaciones, los guías no fueron capaces de distinguir estas señales. El vínculo entre el guía y el perro se debe lograr desde el momento en que se entra en su canil porque la confianza es, como explicaba el cabo Bohórquez, muy difícil de lograr y muy fácil de perder. Por esto, Thor y su compañero deberán trabajar intensamente para lograr una comunicación más efectiva.
“¡Empiece!” es la instrucción que da el cabo al policía y tanto él como Thor salen disparados en la dirección de los objetos. Las toallas con pseudos se encuentran en el tercer, quinto y penúltimo objeto, de un total de diez objetos. Thor pasa los primeros dos, los olfatea vagamente y sigue rápidamente al tercero. Allí se detiene y olfatea más cuidadosamente: sin duda ha encontrado algo. El cabo Bohórquez da algunas instrucciones al policía para reforzar a Thor y darle a entender que ahí sí hay una toalla y que debe sacarla, mientras él rasguña los ladrillos y los mueve con su hocico en busca de su premio. Logra sacar la toalla del todo y el cabo indica al policía que debe salir corriendo con el canino alrededor de la pista.
Antes de empezar el ejercicio, el cabo Bohórquez me había mencionado algunos de los principios del entrenamiento canino.
- ¿Conoce la pirámide de Maslaw? - me preguntó. Le contesté que sí y me explicó que con los perros trabajaban el nivel básico: las necesidades fisiológicas. Esto quiere decir que tanto el castigo como la recompensa lo hacen a través de la libertad, el agua o la comida; “el sexo si no, ese se lo quitamos toda la vida”. Después me explicó que la teoría indica que los perros no tienen la capacidad de razonar y que su comportamiento es puramente cognitivo y emocional, por lo que el instructor debe aprender a leer el comportamiento del perro y no esperar que el perro entienda lo que uno quiere que haga. Le pregunté entonces que por qué respondían a ciertos comandos y me explicó que el perro no razona que si se le dice “sit” se deba sentar, sino que cuando escucha la instrucción intuitivamente lo hace ya que en el pasado esto le generaba una recompensa.
Thor regresaba a la pista y aún estaba enérgico, no parecía disminuir su ferocidad ni actitud desde el comienzo de la prueba, a diferencia de su guía que, paradójicamente, era quien jadeaba después de correr un par de minutos. La prueba seguía y en ese momento Thor debía comenzar desde el cuarto objeto y retomar su búsqueda. Empezó y pasó de largo tanto del cuarto como del quinto objeto sin detectar nada.
- ¡Regrese! - le ordena el cabo al guía salvadoreño - Ayude al perro y dele espacio para trabajar, está muy encima de él y lo confunde - El guía regresa un poco confundido, pero no tanto como Thor que no entendía muy bien las instrucciones que estaba recibiendo y miraba a su guía un poco desconcertado. El cabo toma a Thor para dar ejemplo y con su dedo le indica donde debe oler y da un paso atrás. Inmediatamente el perro se concentra más en la zona que el cabo había indicado y logra sacar la toalla que estaba entre los dobleces de una lona de plástico. El cabo entrega la trabilla –otro nombre para la correa- al guía y los manda a correr nuevamente.
- Los pastores alemanes son excelentes cazadores y cuando capturan su presa se sienten vencedores y corren con su premio casi que celebrándolo. Por eso los dejamos correr, pues esto es lo que hacen en la vida silvestre y debemos explotar sus instintos al máximo - Thor ya no se veía tan enérgico y ahora sí lucía un poco cansado; del guía ni hablar.
El cansancio del guía tuvo repercusiones en el hallazgo de la última toalla. Su comunicación con Thor era nula y el perro no entendía lo que le pedían a tal punto que el cabo interviene. “¡El perro no tiene la culpa, la tiene usted!” dice señalando al guía de Thor. “¡Un policía debe estar preparado para responder igual que el perro, él los ayuda a hacer su trabajo, no al revés! Si no pueden correr detrás de un ladrón, no están en nada. ¡Veintidós de pecho!” El guía se tira al piso boca abajo y empieza a contar sus flexiones mientras Thor se sienta a su lado y descansa, nada de esto fue su culpa. Finalmente el guía se para y Thor esta vez casi que de manera automática encuentra la toalla restante y esta vez no sale a correr con su guía, sino que su guía lo refuerza y lo anima con el poco aliento que le queda. Mientras el cabo da retroalimentación a los guías Thor descansa estático pues falta la segunda mitad de la prueba.
La siguiente pista estimula el instinto de búsqueda del perro. La toalla estaba amarrada a una cuerda y pasaba a través de un tubo enterrado bajo un pequeño montículo de tierra y pasto. El ejercicio consistía en que la toalla salía por uno de los lados del tubo y después por el lado contrario y Thor debía ir a buscarlo en los dos casos. “Acá estamos simulando un conejo en una madriguera. Se van a poner a prueba los instintos de búsqueda, caza y perseverancia…es un ejercicio muy bonito.” -me explica el cabo Bohórquez-. Thor corre y salta de un lado al otro y después le dejan la toalla en un punto donde la puede ver y debe hacer un pequeño esfuerzo por morderla y sacarla simulando que logra cazar el conejo. El cabo está realmente satisfecho con el desempeño de Thor y lo manda a descansar, esta vez en su canil donde tiene sombra y agua fresca. Al parecer, no caben dudas de que algún aeropuerto en El Salvador recibirá en poco más de dos meses un excelente perro policía que les ayudará a detectar cualquier sustancia ilegal que se trate de contrabandear. Pero por ahora, Thor tendrá que trabajar muy fuerte para lograr explotar sus aptitudes al máximo antes de empezar su vida laboral.
Una vez terminado el entrenamiento y en ocasiones antes de terminar, los llevan “a la ciudad” –así llaman a Facatativá en la escuela- para poner en práctica todo lo que aprendieron antes de asignarlos a sus diferentes asignaturas. Allí prueban el comportamiento del perro en un ambiente totalmente diferente al de la escuela donde fue entrenado para acercarlo más al medio en el que pasará los próximos ocho años de su vida ejerciendo su profesión. Deberá acostumbrarse a comer, dormir e ir al baño a las mismas horas y aferrarse a esta rutina además de aprender a convivir con el ruido de las personas y las diferentes actividades de las ciudades.
Agradecí al cabo y a su grupo de aprendices salvadoreños por haberme permitido compartir con ellos y me dirigí a los caniles geriátricos, donde viven los perros que han cumplido sus ocho años de servicio a la institución y al país. En esta nueva aventura me acompañó Sánchez, el patrullero encargado de darles alimento a los 270 perros que viven en la escuela y que debe también estar pendiente de los perros en retiro. Tiene tres consentidos que andan libremente por la escuela acompañándolo desde la distancia a todas sus labores. Digo desde la distancia porque Lucas, Willy y Dolly casi no se mueven y prefieren echarse a comer y dormir todo el día. Los tres fueron perros policías del escuadrón de anti-explosivos y el más joven de los tres tiene trece años. “Con Willy llevo cinco años desde que llegue, cuatro con Lucas y con la perrita si sólo tres…eso se la pasan por ahí descansando. Son como viejitos, ya va a ver cuando visitemos a los demás…parece un ancianato.” Cuando llegamos a los caniles geriátricos pude darme cuenta que en efecto es un asilo.
Retirada de los demás caniles llegamos a una estructura donde hay un corredor amplio con caniles a cada lado donde viven dos o tres perros por cada uno, pues hay una situación de sobrepoblación en la escuela. En el lado derecho están algunos de los perros en entrenamiento y en el lado izquierdo los viejitos, como los llama Sánchez. En el segundo canil del lado izquierdo están Raiker -un perro que si bien Sánchez dice ser un labrador no parece y que trabajó en el rescate de personas vivas- y Bufón, un pequeño Schnauzer de diez años que llamó mi atención porque trabajo en el escuadrón de divisas (encontrar dinero escondido), algo que es muy extraño según Sánchez.
Tuve la oportunidad de compartir un rato con Bufón en su tiempo de salida y quise analizarlo. Trota despacio pero gesticula mucho –me recuerda a cómo camina un caballo de paso fino-. No parecía buscar nada en particular y supuse que sólo quería caminar por ahí pues tampoco tiene muchas más opciones, el área donde los sueltan no es muy grande. Cuando me acerqué, Bufón estaba tranquilo pero no sabía si el hecho de no conocerme podría causar una reacción agresiva de su parte y que más allá de su pequeño tamaño, su entrenamiento lo hiciera una pequeña arma mortal. Lo acaricié y en principio no hubo reacción. Seguí acariciándolo y me miró. En este momento no sabía si debía estar haciendo esto o no pues Sánchez me había dejado solo con Bufón, Lukas –otro labrador dorado- y un labrador chocolate con un nombre que nunca logré entender.
Los perros retirados viven a veces un año o incluso menos y que algunos de los que estaban allí llevaban casi cuatro años. Anteriormente cuando un perro cumplía su periodo de trabajo de ocho años, tenía la opción de ser “regalado” al guía con el que había trabajado esos ocho años o ser puesto en adopción para que alguna familia lo cuidara los últimos años de su vida. Hoy, debido a una decisión tomada por la contraloría, los perros policía son considerados bienes del estado y no pueden ser entregados a civiles.
Empecé a caminar buscando a Sánchez y sentí a Bufón mordiéndome el pantalón pero no de manera agresiva, él sólo quería jugar. Le lancé un palo unas dos o tres veces pero ya se veía cansado, así que opté por no jugar más con él y fui en busca de Sánchez. Cuando lo encontré le dije que ya debía irme y le agradecí por toda su colaboración y salí de los caniles cerrando la puerta de maya metálica detrás de mí. Me volteé para mirar a Bufón por última vez y este seguía trotando como un caballo de paso fino por ahí, disfrutando de los pocos minutos de sol que quedaban en el día antes de volver a su canil junto a Raiker para dormir y despertar al día siguiente para empezar otro rutinario día de una vida completamente humana.
Sale el sol. “¡Traigan al primer perro!”, grita el cabo Bohórquez, instructor desde hace varios años en la escuela, que muy amablemente me aceptó en su ejercicio de entrenamiento de búsqueda lineal de sustancias. Básicamente, el perro debía buscar en una serie objetos alineados unas toallas dobladas en forma de hueso impregnadas en “pseudos” – químicos que huelen a los diferentes tipos de droga, pero no contienen de ésta - que estaban escondidas. El objetivo de este ejercicio es simular una fila de maletas en una aduana. Aparece en la pista Thor, un pastor alemán de un año de edad muy inquieto, que parece tener en problemas al policía que lo estaba sujetando de su collar.
Siempre he sentido miedo cuando me acerco a un complejo del ejército o de la policía. Quizás en parte es porque no he solucionado mi situación militar y me siento en riesgo de terminar en un camión camino a mi reclutamiento, o tal vez por la dureza de sus funcionarios al hablar, no sé. Confirmando mis temores, cuestionaron mis intenciones sobre lo que quería escribir, ya que la opinión general tiene una percepción muy negativa sobre el entrenamiento que reciben los perros policías, especialmente los del escuadrón de narcóticos: "Les inyectan las sustancias para que las distinga", "No, no se las inyectan pero sí los vuelven adictos a ellas" o "Pobrecitos esos perritos" fueron las respuestas que recibí cuando le pregunté a algunos de mis amigos qué sabían de estos valientes agentes.
Sujetando a Thor había un policía de uniforme azul con un acento que no pude descifrar. Más adelante entendí que los alumnos del cabo eran policías salvadoreños que venían a Colombia a una capacitación, ya que aparentemente la escuela es el Harvard del entrenamiento policial de estos “caninos”. La primera instrucción que el cabo da a los instructores salvadoreños: el perro no es el que va a aprender, sino ustedes los que aprendan del perro. Y así fue, pues durante la búsqueda el perro debía ser reforzado –así llaman motivar al perro cuando hace algo bien- cada vez que diera señales de que había encontrado algo y, en la mayoría de las situaciones, los guías no fueron capaces de distinguir estas señales. El vínculo entre el guía y el perro se debe lograr desde el momento en que se entra en su canil porque la confianza es, como explicaba el cabo Bohórquez, muy difícil de lograr y muy fácil de perder. Por esto, Thor y su compañero deberán trabajar intensamente para lograr una comunicación más efectiva.
“¡Empiece!” es la instrucción que da el cabo al policía y tanto él como Thor salen disparados en la dirección de los objetos. Las toallas con pseudos se encuentran en el tercer, quinto y penúltimo objeto, de un total de diez objetos. Thor pasa los primeros dos, los olfatea vagamente y sigue rápidamente al tercero. Allí se detiene y olfatea más cuidadosamente: sin duda ha encontrado algo. El cabo Bohórquez da algunas instrucciones al policía para reforzar a Thor y darle a entender que ahí sí hay una toalla y que debe sacarla, mientras él rasguña los ladrillos y los mueve con su hocico en busca de su premio. Logra sacar la toalla del todo y el cabo indica al policía que debe salir corriendo con el canino alrededor de la pista.
Antes de empezar el ejercicio, el cabo Bohórquez me había mencionado algunos de los principios del entrenamiento canino.
- ¿Conoce la pirámide de Maslaw? - me preguntó. Le contesté que sí y me explicó que con los perros trabajaban el nivel básico: las necesidades fisiológicas. Esto quiere decir que tanto el castigo como la recompensa lo hacen a través de la libertad, el agua o la comida; “el sexo si no, ese se lo quitamos toda la vida”. Después me explicó que la teoría indica que los perros no tienen la capacidad de razonar y que su comportamiento es puramente cognitivo y emocional, por lo que el instructor debe aprender a leer el comportamiento del perro y no esperar que el perro entienda lo que uno quiere que haga. Le pregunté entonces que por qué respondían a ciertos comandos y me explicó que el perro no razona que si se le dice “sit” se deba sentar, sino que cuando escucha la instrucción intuitivamente lo hace ya que en el pasado esto le generaba una recompensa.
Thor regresaba a la pista y aún estaba enérgico, no parecía disminuir su ferocidad ni actitud desde el comienzo de la prueba, a diferencia de su guía que, paradójicamente, era quien jadeaba después de correr un par de minutos. La prueba seguía y en ese momento Thor debía comenzar desde el cuarto objeto y retomar su búsqueda. Empezó y pasó de largo tanto del cuarto como del quinto objeto sin detectar nada.
- ¡Regrese! - le ordena el cabo al guía salvadoreño - Ayude al perro y dele espacio para trabajar, está muy encima de él y lo confunde - El guía regresa un poco confundido, pero no tanto como Thor que no entendía muy bien las instrucciones que estaba recibiendo y miraba a su guía un poco desconcertado. El cabo toma a Thor para dar ejemplo y con su dedo le indica donde debe oler y da un paso atrás. Inmediatamente el perro se concentra más en la zona que el cabo había indicado y logra sacar la toalla que estaba entre los dobleces de una lona de plástico. El cabo entrega la trabilla –otro nombre para la correa- al guía y los manda a correr nuevamente.
- Los pastores alemanes son excelentes cazadores y cuando capturan su presa se sienten vencedores y corren con su premio casi que celebrándolo. Por eso los dejamos correr, pues esto es lo que hacen en la vida silvestre y debemos explotar sus instintos al máximo - Thor ya no se veía tan enérgico y ahora sí lucía un poco cansado; del guía ni hablar.
El cansancio del guía tuvo repercusiones en el hallazgo de la última toalla. Su comunicación con Thor era nula y el perro no entendía lo que le pedían a tal punto que el cabo interviene. “¡El perro no tiene la culpa, la tiene usted!” dice señalando al guía de Thor. “¡Un policía debe estar preparado para responder igual que el perro, él los ayuda a hacer su trabajo, no al revés! Si no pueden correr detrás de un ladrón, no están en nada. ¡Veintidós de pecho!” El guía se tira al piso boca abajo y empieza a contar sus flexiones mientras Thor se sienta a su lado y descansa, nada de esto fue su culpa. Finalmente el guía se para y Thor esta vez casi que de manera automática encuentra la toalla restante y esta vez no sale a correr con su guía, sino que su guía lo refuerza y lo anima con el poco aliento que le queda. Mientras el cabo da retroalimentación a los guías Thor descansa estático pues falta la segunda mitad de la prueba.
La siguiente pista estimula el instinto de búsqueda del perro. La toalla estaba amarrada a una cuerda y pasaba a través de un tubo enterrado bajo un pequeño montículo de tierra y pasto. El ejercicio consistía en que la toalla salía por uno de los lados del tubo y después por el lado contrario y Thor debía ir a buscarlo en los dos casos. “Acá estamos simulando un conejo en una madriguera. Se van a poner a prueba los instintos de búsqueda, caza y perseverancia…es un ejercicio muy bonito.” -me explica el cabo Bohórquez-. Thor corre y salta de un lado al otro y después le dejan la toalla en un punto donde la puede ver y debe hacer un pequeño esfuerzo por morderla y sacarla simulando que logra cazar el conejo. El cabo está realmente satisfecho con el desempeño de Thor y lo manda a descansar, esta vez en su canil donde tiene sombra y agua fresca. Al parecer, no caben dudas de que algún aeropuerto en El Salvador recibirá en poco más de dos meses un excelente perro policía que les ayudará a detectar cualquier sustancia ilegal que se trate de contrabandear. Pero por ahora, Thor tendrá que trabajar muy fuerte para lograr explotar sus aptitudes al máximo antes de empezar su vida laboral.
Una vez terminado el entrenamiento y en ocasiones antes de terminar, los llevan “a la ciudad” –así llaman a Facatativá en la escuela- para poner en práctica todo lo que aprendieron antes de asignarlos a sus diferentes asignaturas. Allí prueban el comportamiento del perro en un ambiente totalmente diferente al de la escuela donde fue entrenado para acercarlo más al medio en el que pasará los próximos ocho años de su vida ejerciendo su profesión. Deberá acostumbrarse a comer, dormir e ir al baño a las mismas horas y aferrarse a esta rutina además de aprender a convivir con el ruido de las personas y las diferentes actividades de las ciudades.
Agradecí al cabo y a su grupo de aprendices salvadoreños por haberme permitido compartir con ellos y me dirigí a los caniles geriátricos, donde viven los perros que han cumplido sus ocho años de servicio a la institución y al país. En esta nueva aventura me acompañó Sánchez, el patrullero encargado de darles alimento a los 270 perros que viven en la escuela y que debe también estar pendiente de los perros en retiro. Tiene tres consentidos que andan libremente por la escuela acompañándolo desde la distancia a todas sus labores. Digo desde la distancia porque Lucas, Willy y Dolly casi no se mueven y prefieren echarse a comer y dormir todo el día. Los tres fueron perros policías del escuadrón de anti-explosivos y el más joven de los tres tiene trece años. “Con Willy llevo cinco años desde que llegue, cuatro con Lucas y con la perrita si sólo tres…eso se la pasan por ahí descansando. Son como viejitos, ya va a ver cuando visitemos a los demás…parece un ancianato.” Cuando llegamos a los caniles geriátricos pude darme cuenta que en efecto es un asilo.
Retirada de los demás caniles llegamos a una estructura donde hay un corredor amplio con caniles a cada lado donde viven dos o tres perros por cada uno, pues hay una situación de sobrepoblación en la escuela. En el lado derecho están algunos de los perros en entrenamiento y en el lado izquierdo los viejitos, como los llama Sánchez. En el segundo canil del lado izquierdo están Raiker -un perro que si bien Sánchez dice ser un labrador no parece y que trabajó en el rescate de personas vivas- y Bufón, un pequeño Schnauzer de diez años que llamó mi atención porque trabajo en el escuadrón de divisas (encontrar dinero escondido), algo que es muy extraño según Sánchez.
Tuve la oportunidad de compartir un rato con Bufón en su tiempo de salida y quise analizarlo. Trota despacio pero gesticula mucho –me recuerda a cómo camina un caballo de paso fino-. No parecía buscar nada en particular y supuse que sólo quería caminar por ahí pues tampoco tiene muchas más opciones, el área donde los sueltan no es muy grande. Cuando me acerqué, Bufón estaba tranquilo pero no sabía si el hecho de no conocerme podría causar una reacción agresiva de su parte y que más allá de su pequeño tamaño, su entrenamiento lo hiciera una pequeña arma mortal. Lo acaricié y en principio no hubo reacción. Seguí acariciándolo y me miró. En este momento no sabía si debía estar haciendo esto o no pues Sánchez me había dejado solo con Bufón, Lukas –otro labrador dorado- y un labrador chocolate con un nombre que nunca logré entender.
Los perros retirados viven a veces un año o incluso menos y que algunos de los que estaban allí llevaban casi cuatro años. Anteriormente cuando un perro cumplía su periodo de trabajo de ocho años, tenía la opción de ser “regalado” al guía con el que había trabajado esos ocho años o ser puesto en adopción para que alguna familia lo cuidara los últimos años de su vida. Hoy, debido a una decisión tomada por la contraloría, los perros policía son considerados bienes del estado y no pueden ser entregados a civiles.
Empecé a caminar buscando a Sánchez y sentí a Bufón mordiéndome el pantalón pero no de manera agresiva, él sólo quería jugar. Le lancé un palo unas dos o tres veces pero ya se veía cansado, así que opté por no jugar más con él y fui en busca de Sánchez. Cuando lo encontré le dije que ya debía irme y le agradecí por toda su colaboración y salí de los caniles cerrando la puerta de maya metálica detrás de mí. Me volteé para mirar a Bufón por última vez y este seguía trotando como un caballo de paso fino por ahí, disfrutando de los pocos minutos de sol que quedaban en el día antes de volver a su canil junto a Raiker para dormir y despertar al día siguiente para empezar otro rutinario día de una vida completamente humana.