-> EDITORIAL
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A quienes se identifica como obsesionados por su pasado se les suele llamar algo parecido a “masoquistas”: adictos al sufrimiento, buscadores del dolor, melancólicos e incluso punkeros. También son “adictos al dolor” esos que se llenan de piercings o tatuajes por todo el cuerpo, o eso dicen. Eso dicen. En todo caso, cualquier actitud que no admita regreso hacia la instalación en el presente (desde el masoquista hasta el pobre amante de los tatuajes que no deja ir su estilo juvenil ni a los 43 años) es, fundamentalmente, un amarrado, en el pésimo sentido del término. Claro que estas declaraciones suceden, sobre todo, en la intimidad de las salas y las conversaciones privadas de los mensajes de texto… hasta que alguna historia se vuelve pública y nos hace dar cuenta de que el malestar de las cuerdas alrededor de nuestras muñecas es algo que nos ha atado desde siempre. A todos. Incontables historias dan cuenta de la persecución entre la seducción de la fantasía y los hechos incontrovertibles y crudos: algunos las enfrentan con la firme convicción de saberse atados a una ley que explica el mundo; otros, a los placeres que desde la sumisión no les permite tener más que la excitación del voyerista o a la tranquilidad de la voluntad del destino sobre las decisiones propias. Sin embargo, la mayoría de ellos están amarrados a una situación de la que deben sacar provecho o, por el contrario, rendirse ante ella antes de que el tiempo del amarre se les esfume. Por eso dirán que esto de la libertad nunca fue lo nuestro. Este portal presenta esa exploración de los nudos que atan a los seres vivos a sus sillas, al deber y a la fantasía, dentro del perímetro de Bogotá. Desde la intimidad o desde el ícono publicitario del político, la ciudad nos demostró que cada historia, por más sujeta que se encuentre, puede desamarrarse e impresionarnos para dar cuenta de los malabares y juegos que los amarrados hacen con sus propios nudos. Sí, yo pensé lo mismo: ella permanecerá sujeta a las pericias que tan bien le vienen para aprender a jugar, con todos los bogotanos, dentro de su propio macramé. |