“Jamás pensé que tuviera TOC la verdad, siempre pensé que sufría de depresión”. Sobre cómo descubrí que un amigo padece de TOC y la manera en que esto ha cambiado, o mantenido igual, su vida cotidiana.
Por: Amel Restrepo Casas
Ricardo, a sus 16 años, tenía que dormirse todas las noches a las 8. Tenía que hacerlo en el momento exacto en el que se acababa “Animal Planet al extremo” o, de lo contrario, despertaría al día siguiente y uno o varios miembros de su familia estarían muertos, y él tendría que suicidarse. Por esto, durante 5 meses de su vida, él esperaba pacientemente a que el show terminara, para luego hacer todo lo que estuviera en su poder para dormirse.
Conozco a Ricardo hace dos años, compartimos la carrera y rápidamente nos volvimos amigos. Es un fanático ferviente del futbol y en un par de ocasiones me hizo faltar a clase para hacerle fuerza a su equipo, el Atlético de Madrid. Mi imagen de Ricardo siempre fue la de un buena vida, una persona que disfruta de las fiestas y la vida social, que le encanta Edgar Allan Poe y se ha leído todos sus cuentos, que disfruta del metal y del hardcore. Jamás me imaginé que pudiera tener TOC, en parte por una imagen irreal que tenemos de esta condición, imagen alimentada por los exagerados programas de Natgeo en los que vemos personas obsesionadas con lavar sus cucharas 92 veces. También porque existe la noción generalizada, de la cual creo que no me escapo, de que las personas que sufren de alguna enfermedad mental son incapaces de hacer cualquier cosa, de que están condenados a vivir el resto de su vida encerrados en un cuarto siendo mantenidos por un papá, un hermano, o una orden de monjas benévolas. Sin embargo, estoy completamente seguro que esto es una noción completamente irreal.
El trastorno obsesivo compulsivo es un trastorno de ansiedad que se caracteriza por pensamientos recurrentes que pueden producir temor, angustia, ansiedad y preocupación. En muchos casos, estos pensamientos pueden llegar a desencadenar conductas repetitivas las cuales, en la cabeza de la persona con TOC, ayudan a reducir y manejar la ansiedad. Estas conductas repetitivas se denominan compulsiones y son una manera de lidiar con la enfermedad que solo es realizada por una pequeña población de personas con TOC, sin embargo son la imagen representativa de lo que creemos es.
“Jamás pensé que tuviera TOC la verdad, siempre pensé que sufría de depresión” me cuenta Ricardo mientras nos fumamos un cigarrillo y hablamos de algo que, aunque yo sabía, jamás había discutido con él. “Desde muy chiquito he ido al psicólogo, a dos de hecho, y siempre me dijeron que debía ir también a un psiquiatra. Hace año y medio empecé a ver a uno y nos dimos cuenta (hablando de él y su familia) que lo que tenía era TOC”. Ricardo entonces me cuenta cómo muchas de las cosas que le habían pasado cuando era un niño cobraban sentido. Por ejemplo, su miedo visceral a las noches, o su incapacidad para ver películas de terror cuando niño, las cuales, curiosamente, le encantan hoy en día. “No podía ver películas de terror, me quedaba asustado y pensando en ellas durante meses y no me dejaban dormir”.
Mientras charlamos, le explico a Ricardo que realmente no se nada de su enfermedad, que todo lo que tengo en mi cabeza es la imagen de un video en youtube de un hombre explicando que tiene que ponerle llave a su puerta 34 veces antes de dormir, y que el hombre se demora 3 minutos en explicarlo porque los tics no lo dejan hablar de forma fluida. Él se caga de la risa y me explica “Realmente eso es más un mito urbano, a mucha gente le pasa, pero el TOC no es solo eso. A mí, por ejemplo, lo que me pasa es que se me meten ideas en la cabeza y se quedan ahí. Pero nunca son ideas buenas como: uy vamos a estudiar para este parcial o eso”. Para mí esto no suena muy grave, hasta que Ricardo me lo explica “Uno que estudia literatura, y usted sabe que la literatura se puede coger y bajo cierta lógica la puede comparar con lo que se le de la gana. Entonces si yo tenía una idea en mi cabeza leía y siempre terminaba llegando a lo mismo. Muchas veces no podía leer, o me demoraba más que otras personas”.
En este punto empiezo a entender como las cosas más cotidianas se pueden tornar problemáticas para una persona como él. Antes pensaba que Ricardo faltaba a muchas de sus clases de 7 de la mañana por perezoso o por vago, dado que muchas veces nos acolitábamos la vagancia. No obstante, me explica todos los días se levanta a las 3 de la mañana, como si estuviera listo para salir a estudiar y le toma cerca de una hora poder volver a dormir, razón por la cual su horario siempre está trastocado.
Le cuento a Ricardo que durante un tiempo me alcancé a preocupar por él, ya que siempre que lo veía estaba con sueño, nauseabundo y con una actitud apagada. “Eso me pasaba al principio por las pastillas” me responde. “Durante el primer mes me costó mucho acostumbrarme a tomas las pastillas porque son muy pesadas para el organismo. Dure un mes entero con diarrea, con ganas de vomitar y me sentía enfermo. Además de los efectos secundarios, por ejemplo me baja mucho la libido.” No obstante, las pastillas, junto con otros mecanismos, le han ayudado a manejar el TOC. Aunque no se acuerde como se llamen o que carajos es lo que hacen, según él funcionan. Lo mantienen concentrado y le ayudan a no fijarse tanto en las ideas que se le pegan de vez en cuando. Además de eso, me cuenta ha desarrollado mecanismos como el de darse 20 minutos para pensar en la idea que se le fija, un espacio durante el cual él se permite tener el episodio y ya después seguir con lo que estuviese haciendo. “Al comienzo era muy difícil igual, porque lo primero que me pasó cuando me dijeron que tenía episodios obsesivos es que me empecé a obsesionar con la idea de tener episodios obsesivos”, me responde entre risas.
Llevo mucho tiempo hablando con Ricardo y los cigarrillos se nos han acabado, entonces le digo que vayamos por un café mientras seguimos charlando. Curiosamente durante todo nuestro encuentro lo noto particularmente tranquilo hablando sobre el TOC lo cual por un lado me tranquiliza, puesto que me doy cuenta que no le molesta y que de hecho es algo que ha aprendido a manejar a la perfección y, por el otro, me hace darme cuenta de mis propios prejuicios y el sesgo general que se tiene sobre cualquier enfermedad que tenga que ver con la mente.
Lo más importante, me cuenta, es saber de verdad de qué se trata lo que tiene. Para Ricardo, hasta hace un año y medio que se enteró de que tenía TOC, la mente de todas las personas funcionaba como la de él, aleatoria, ansiosa e imprecisa. Él tenía la completa certeza de que nadie controlaba los trenes de pensamiento y de que a todos les sucedía lo mismo que a él. “Lo que a mi más sorprendió es que yo creí que nadie controlaba la mente, que el flujo de pensamiento es aleatorio y que hay cosas que a uno se le obsesionan en la cabeza. Pero me fui dando cuenta que la mayoría de personas tienen un control sobre su cabeza relativamente bueno. Y entonces, la gracia era cómo aprender una nueva habilidad, aprender eso que para todos es normal pero que para mi no lo era, que para mi no existía.”.
Ya hacia el final de nuestra conversación Ricardo me cuenta que ha conocido muchas personas que toman sus mismas pastillas y también sufren de TOC. Que también ha conocido muchas otras que tienen que tomar anti-depresivos que, de acuerdo con él, son unas drogas particularmente fuertes y agresivas con el organismo. Para él todo esto, más allá de hacerlo sentir en una suerte de ghetto de personas con TOC le genera una pregunta “a mi lo que me hace pensar todo esto es: marica como estaremos de mal que tanta gente tiene todas estas vainas. En una universidad como esta, en la que supuestamente todo el mundo está bien, mucha gente tiene cosas que son graves. Y mucha gente no lo sabe”.
La reflexión de Ricardo me hace pensar en dos cosas. La primera, que, empezando por mí, tenemos como primera reacción tomar una actitud defensiva o misericordiosa ante las personas que tienen alguna enfermedad mental, incluso por la misma calidad peyorativa que tiene este término. Ricardo es el ejemplo perfecto que estas personas tan “distintas” igual están perfectamente inscritas en la normalidad y la cotidianidad, que su lugar no tiene que ser el ático oscuro o el cuarto blanco con paredes de colchón. Pero, sobretodo, que efectivamente cualquier persona puede padecer de cualquier cosa y no saberlo, como Ricardo que pensó que el cerebro y la mente de todos funcionaba de la misma forma que el suyo, y tal vez categorizar la mente, tanto de forma “positiva” como “negativa” sea muy atrevido.
Por: Amel Restrepo Casas
Ricardo, a sus 16 años, tenía que dormirse todas las noches a las 8. Tenía que hacerlo en el momento exacto en el que se acababa “Animal Planet al extremo” o, de lo contrario, despertaría al día siguiente y uno o varios miembros de su familia estarían muertos, y él tendría que suicidarse. Por esto, durante 5 meses de su vida, él esperaba pacientemente a que el show terminara, para luego hacer todo lo que estuviera en su poder para dormirse.
Conozco a Ricardo hace dos años, compartimos la carrera y rápidamente nos volvimos amigos. Es un fanático ferviente del futbol y en un par de ocasiones me hizo faltar a clase para hacerle fuerza a su equipo, el Atlético de Madrid. Mi imagen de Ricardo siempre fue la de un buena vida, una persona que disfruta de las fiestas y la vida social, que le encanta Edgar Allan Poe y se ha leído todos sus cuentos, que disfruta del metal y del hardcore. Jamás me imaginé que pudiera tener TOC, en parte por una imagen irreal que tenemos de esta condición, imagen alimentada por los exagerados programas de Natgeo en los que vemos personas obsesionadas con lavar sus cucharas 92 veces. También porque existe la noción generalizada, de la cual creo que no me escapo, de que las personas que sufren de alguna enfermedad mental son incapaces de hacer cualquier cosa, de que están condenados a vivir el resto de su vida encerrados en un cuarto siendo mantenidos por un papá, un hermano, o una orden de monjas benévolas. Sin embargo, estoy completamente seguro que esto es una noción completamente irreal.
El trastorno obsesivo compulsivo es un trastorno de ansiedad que se caracteriza por pensamientos recurrentes que pueden producir temor, angustia, ansiedad y preocupación. En muchos casos, estos pensamientos pueden llegar a desencadenar conductas repetitivas las cuales, en la cabeza de la persona con TOC, ayudan a reducir y manejar la ansiedad. Estas conductas repetitivas se denominan compulsiones y son una manera de lidiar con la enfermedad que solo es realizada por una pequeña población de personas con TOC, sin embargo son la imagen representativa de lo que creemos es.
“Jamás pensé que tuviera TOC la verdad, siempre pensé que sufría de depresión” me cuenta Ricardo mientras nos fumamos un cigarrillo y hablamos de algo que, aunque yo sabía, jamás había discutido con él. “Desde muy chiquito he ido al psicólogo, a dos de hecho, y siempre me dijeron que debía ir también a un psiquiatra. Hace año y medio empecé a ver a uno y nos dimos cuenta (hablando de él y su familia) que lo que tenía era TOC”. Ricardo entonces me cuenta cómo muchas de las cosas que le habían pasado cuando era un niño cobraban sentido. Por ejemplo, su miedo visceral a las noches, o su incapacidad para ver películas de terror cuando niño, las cuales, curiosamente, le encantan hoy en día. “No podía ver películas de terror, me quedaba asustado y pensando en ellas durante meses y no me dejaban dormir”.
Mientras charlamos, le explico a Ricardo que realmente no se nada de su enfermedad, que todo lo que tengo en mi cabeza es la imagen de un video en youtube de un hombre explicando que tiene que ponerle llave a su puerta 34 veces antes de dormir, y que el hombre se demora 3 minutos en explicarlo porque los tics no lo dejan hablar de forma fluida. Él se caga de la risa y me explica “Realmente eso es más un mito urbano, a mucha gente le pasa, pero el TOC no es solo eso. A mí, por ejemplo, lo que me pasa es que se me meten ideas en la cabeza y se quedan ahí. Pero nunca son ideas buenas como: uy vamos a estudiar para este parcial o eso”. Para mí esto no suena muy grave, hasta que Ricardo me lo explica “Uno que estudia literatura, y usted sabe que la literatura se puede coger y bajo cierta lógica la puede comparar con lo que se le de la gana. Entonces si yo tenía una idea en mi cabeza leía y siempre terminaba llegando a lo mismo. Muchas veces no podía leer, o me demoraba más que otras personas”.
En este punto empiezo a entender como las cosas más cotidianas se pueden tornar problemáticas para una persona como él. Antes pensaba que Ricardo faltaba a muchas de sus clases de 7 de la mañana por perezoso o por vago, dado que muchas veces nos acolitábamos la vagancia. No obstante, me explica todos los días se levanta a las 3 de la mañana, como si estuviera listo para salir a estudiar y le toma cerca de una hora poder volver a dormir, razón por la cual su horario siempre está trastocado.
Le cuento a Ricardo que durante un tiempo me alcancé a preocupar por él, ya que siempre que lo veía estaba con sueño, nauseabundo y con una actitud apagada. “Eso me pasaba al principio por las pastillas” me responde. “Durante el primer mes me costó mucho acostumbrarme a tomas las pastillas porque son muy pesadas para el organismo. Dure un mes entero con diarrea, con ganas de vomitar y me sentía enfermo. Además de los efectos secundarios, por ejemplo me baja mucho la libido.” No obstante, las pastillas, junto con otros mecanismos, le han ayudado a manejar el TOC. Aunque no se acuerde como se llamen o que carajos es lo que hacen, según él funcionan. Lo mantienen concentrado y le ayudan a no fijarse tanto en las ideas que se le pegan de vez en cuando. Además de eso, me cuenta ha desarrollado mecanismos como el de darse 20 minutos para pensar en la idea que se le fija, un espacio durante el cual él se permite tener el episodio y ya después seguir con lo que estuviese haciendo. “Al comienzo era muy difícil igual, porque lo primero que me pasó cuando me dijeron que tenía episodios obsesivos es que me empecé a obsesionar con la idea de tener episodios obsesivos”, me responde entre risas.
Llevo mucho tiempo hablando con Ricardo y los cigarrillos se nos han acabado, entonces le digo que vayamos por un café mientras seguimos charlando. Curiosamente durante todo nuestro encuentro lo noto particularmente tranquilo hablando sobre el TOC lo cual por un lado me tranquiliza, puesto que me doy cuenta que no le molesta y que de hecho es algo que ha aprendido a manejar a la perfección y, por el otro, me hace darme cuenta de mis propios prejuicios y el sesgo general que se tiene sobre cualquier enfermedad que tenga que ver con la mente.
Lo más importante, me cuenta, es saber de verdad de qué se trata lo que tiene. Para Ricardo, hasta hace un año y medio que se enteró de que tenía TOC, la mente de todas las personas funcionaba como la de él, aleatoria, ansiosa e imprecisa. Él tenía la completa certeza de que nadie controlaba los trenes de pensamiento y de que a todos les sucedía lo mismo que a él. “Lo que a mi más sorprendió es que yo creí que nadie controlaba la mente, que el flujo de pensamiento es aleatorio y que hay cosas que a uno se le obsesionan en la cabeza. Pero me fui dando cuenta que la mayoría de personas tienen un control sobre su cabeza relativamente bueno. Y entonces, la gracia era cómo aprender una nueva habilidad, aprender eso que para todos es normal pero que para mi no lo era, que para mi no existía.”.
Ya hacia el final de nuestra conversación Ricardo me cuenta que ha conocido muchas personas que toman sus mismas pastillas y también sufren de TOC. Que también ha conocido muchas otras que tienen que tomar anti-depresivos que, de acuerdo con él, son unas drogas particularmente fuertes y agresivas con el organismo. Para él todo esto, más allá de hacerlo sentir en una suerte de ghetto de personas con TOC le genera una pregunta “a mi lo que me hace pensar todo esto es: marica como estaremos de mal que tanta gente tiene todas estas vainas. En una universidad como esta, en la que supuestamente todo el mundo está bien, mucha gente tiene cosas que son graves. Y mucha gente no lo sabe”.
La reflexión de Ricardo me hace pensar en dos cosas. La primera, que, empezando por mí, tenemos como primera reacción tomar una actitud defensiva o misericordiosa ante las personas que tienen alguna enfermedad mental, incluso por la misma calidad peyorativa que tiene este término. Ricardo es el ejemplo perfecto que estas personas tan “distintas” igual están perfectamente inscritas en la normalidad y la cotidianidad, que su lugar no tiene que ser el ático oscuro o el cuarto blanco con paredes de colchón. Pero, sobretodo, que efectivamente cualquier persona puede padecer de cualquier cosa y no saberlo, como Ricardo que pensó que el cerebro y la mente de todos funcionaba de la misma forma que el suyo, y tal vez categorizar la mente, tanto de forma “positiva” como “negativa” sea muy atrevido.